
Eres un adolescente gañán más. De un barrio conocido porque
una vez pillaron a un comando terrorista en él y dentro de unos años, por
cierto putón televisivo que va empezando a labrarse su futura fama. Lo más
cultural que tienes ahí es la biblioteca promocionada por un banco de cuyo
nombre no quiero acordarme o el bar casposo de la esquina donde se junta la
flor y nata de la workin´class después de una dura jornada de trabajo. ¿Qué te
queda, pues? La música y el alcohol, claro. De follar ni hablamos. Como mucho
matarte a pajas con las revistas que te pasan los colegas. Las chicas de tu
entorno aspiran a salir de allí (¡por favor!) y para ello sólo se dejan meter
mano de los típicos duros gilipollas, futuros politoxicómanos que empiezan a
tontear con drogas, que se van a comer el mundo y treinta años después, el
mundo se los ha zampao a ellos. Sólo que entonces no lo saben. Y tú ni te lo
imaginas. Aunque ahora ya sea tarde para decirle a ellas, te lo dije, so tonta.