lunes, 30 de julio de 2012

Por qué fumo en pipa y bebo whisky de importación




Eres un adolescente gañán más. De un barrio conocido porque una vez pillaron a un comando terrorista en él y dentro de unos años, por cierto putón televisivo que va empezando a labrarse su futura fama. Lo más cultural que tienes ahí es la biblioteca promocionada por un banco de cuyo nombre no quiero acordarme o el bar casposo de la esquina donde se junta la flor y nata de la workin´class después de una dura jornada de trabajo. ¿Qué te queda, pues? La música y el alcohol, claro. De follar ni hablamos. Como mucho matarte a pajas con las revistas que te pasan los colegas. Las chicas de tu entorno aspiran a salir de allí (¡por favor!) y para ello sólo se dejan meter mano de los típicos duros gilipollas, futuros politoxicómanos que empiezan a tontear con drogas, que se van a comer el mundo y treinta años después, el mundo se los ha zampao a ellos. Sólo que entonces no lo saben. Y tú ni te lo imaginas. Aunque ahora ya sea tarde para decirle a ellas, te lo dije, so tonta.
 Como consecuencia de tooodo este panorama, te dejas llevar y empiezas a escuchar a ciertos melenudos, (No hay otra alternativa. Hay otros grupos, sí, pero son para niñatos pijos (esos tolays del polito lacoste y el peinado de la raya - lametón de la vaca - al lado, que os miran por encima del hombro cada vez que salís de excursión más allá de tu boca de metro) y tú eres un tío duro de un barrio duro, ¡coño!). Vas a garitos donde cada vez hay menos pibas y encima éstas te rechazan porque no eres, precisamente, el cantante de Whitesnake. Conclusión: macho, ponme otra cerveza. Y así, birra tras birra, chupito a chupito, garrafón tras garrafón, pasas de ser el adolescente inseguro con cinco suspensas al joven gordo que  a duras penas se ha sacado una carrera universitaria (Uooooooooo) que nadie entiende para qué diablos sirve. Con el agravante que tu familia tampoco. Y qué decir de los colegas. Entretenidos, todos, en probar lo machos que somos maltratando nuestro hígado, y, una parte, entretenidos, también, en imitar a nuestros ídolos musicales, poses sobre todo,  todo sea que algún día algún productor musical se fije en ellos y les saque del sitio infecto donde ensayan.   Afortunadamente, tropiezas, por esos garitos malolientes y entrañables por donde te mueves, con almas gemelas a la tuya, y de vez en cuando  tienes gratas conversaciones que sobrepasan los inevitables temas de fútbol, música, sexo frustrado y los recuerdos de la mili. Afortunadamente, te quedan amigos, después de tantos años de naufragio en tantas y tantas islas remotas que para ir tirando, porque sigues, aún veinte años después, como la novela de Alejandro Dumas, con las mismas incógnitas y miedos de casi siempre, en otro barrio, quizá en otra ciudad, escuchando la misma música de siempre (en la que te refugias en los momentos jodidos), te pasan calidad y aprendes a saborear, no a castigar ya el hígado, y gracias a esto, también saboreando, no castigando tus maltrechos pulmones. Casi al final de una corta vida de excesos y lamentos varios, aprendes a saborear ciertos momentos. Y, quizá, sólo quizá, lo que algún día fue combatir  la desesperación con más desesperación, (fight fire with fire, esos Metallica de moda), combates a la desesperación con sabor. Y degustas. Y eso no te va a salvar del cáncer. Porque te sigues castigando, a fin de cuentas. Pero con elegancia, ¡qué cojones!  Por fin, con algo de elegancia. "From lost to the river", ya saben.