domingo, 3 de febrero de 2013

Ingestión - Digestión: He ahí la cuestión

"De grandes atracones, están las sepulturas llenas". Algo así dice el refrán. Y a algunos que nosotros sabemos les está sentando fatal tanto escándalo.  Básicamente porque no lo están digiriendo bien. Normal. Mucha espina que se atraganta o trozos demasiados grandes. Quizá, yogures caducados. O podridos. Desde la Transición o mucho antes. Tales son los ejemplos.

Para prevenir antes que curar, hay que estar muy atentos. Hay que abrir bien los ojos. Lo que a priori puede ser una comida suculenta, quizá esté demasiado salpimentada, recalentada o escondidos sus defectos tras demasiada salsa. Y hay que tener cuidadín con esas cosas, que luego nos llevamos disgustos. Como es el caso. Y si no, a las pruebas nos remitimos.

Aquellos que prometían no subir el IVA, ni tocar la Sanidad o la Educación. Aquellos que aseguraban sacarnos de la crisis como se sacan los conejos de las chisteras. Aquellos que alardeaban de ser más patriotas que la propia patria, de mirar por el interés de todos, etc, etc...ahora, cuando son acusados de algo tan gordo que ni tan siquiera en sus propias filas todos son capaces de negar, no tienen la dignidad suficiente para dar la cara en los momentos decisivos. Total, ya que han incumplido sus promesas electorales, otro feo detalle, lo mismo da.

¿Por qué?, se preguntaba cierto protomártir futbolístico. Muy sencillo.

Por vergüenza. O por sinvergüenzas. Como ustedes prefieran. Por vergüenza, por ahorrarse el bochorno que supone contestar a preguntas que les puedan poner nerviositos perdidos y hacerles perder los papeles. O por sinvergüenzas. Por despreciar a la plebe, a todo un país pendiente de sus respuestas, y darlas, en modo monólogo - sermón de misa de doce, y tras una pantalla de plasma. Dando la cara. Detrás de un cristal, eso sí. Que ha sido mucho más patético. No entendemos el problema que supone no haberlo hecho si tienen su inocencia tan clara. Sinceramente.

Esta actitud infantil, soberbia, de señorito de pueblo o de rancio aristócrata provinciano, mirando a todo el mundo por encima del hombro, les viene de lejos. Y a su currículo nos remitimos. A la memoria nos llegan, por ejemplo, como tras una sentencia judicial en firme, algunos de los grandes barones del partido, seguían despotricando contra la misma. Cual Quijote ante gigantes y no molinos de viento, arremetían furiosos contra ellos, echándole la culpa al contubernio socialista de la masacre del 11M. O echando espumarajos por la boca contra aquellos que votaron a los ganadores de las elecciones generales tres días después.

A la memoria nos llegan, también, el desprecio con el que trataron a las víctimas del Yakolev 42 (y a sus familiares) por ocultar la chapuza que habían hecho y que pasara pronto ese marronazo. O llamando hilillos de plastelina a lo que en realidad era una marea negra en toda regla, víctima también de su incompetencia (era mejor seguir de cacería ese finde, ¿verdad, Mariano?). O irse a un balneario de lujo el mismo fin de semana que morían cinco chicas en una macrofiesta en un recinto que no se tenía que haber dado (y autorizado por ellos).

¡Ah! ¿qué no se acordaban de nada de esto? Pues pregúntenle a cierto juez instructor sobre cierta trama financiera que estaba investigando. A ver que le ha pasado por esto. O a los que le han sustituido. A ver si siguen en el caso. Y luego vayan a la farmacia. A comprar antiácidos y protectores estomacales. O, al menos, repásense la Constitución. Porque votar sin dudar antes, da lugar a estos dolores. O a otros peores que ya sufrimos antaño. A algo que no tiene nada que ver con la Democracia.

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