lunes, 19 de julio de 2010

Amor de madre


Tres de la madrugada, un día cualquiera:

- ¡Pip, pip!

- Vaya, ¿quién llamará a estas horas al telefonillo?, ¿Sí?

- ¿Hola? , contestaron varias mujeres. Veníamos por lo de la orgía.

- ¿Orgía? ¡No, no!. Debe ser en la casa de al lado pero si queréis os abro.

- ¡¡Gracias, guapo, si quieres acompañarnos...!!, respondieron ellas.

Me vestí a toda leche y justo cuando iba a salir por la puerta apareció mi madre detrás de mí.

- ¿Has oído el telefonillo por un casual?

- No, no he oído nada. ¿Y tú qué haces despierta a estas horas?

- Vengo a por agua fresquita en la nevera. En fin, lo habré soñado.

- ¿Qué has soñado?

- Unas escandalosas que preguntaban por una orgía o algo así. Por cierto, ¿qué haces vestido?, ¿vienes ahora de marcha?

- Sí, sí. Iba a prepararme un sandwich y ahora me acuesto, dije yo sacando el embutido.

- Anda, trae.

- Que no, mamá. Que ya lo hago yo, no te preocupes. Tú, acuéstate.

- Si no me cuesta nada, trae.

Y efectivamente, en minuto y medio tenía una bandeja entre las manos con un sandwich de dos pisos y un zumo de esos que te anunciaban que era natural cien por cien pero que luego era mentira.

- Y ahora, a dormir, anda, que es tarde. Y no hagas mucho ruido, que tu padre tiene que madrugar mañana. Cómetelo en tu habitación. Ya cierro yo con llave.

Y sin más opciones, derrotado por los elementos, dirigí el paseo más corto y más triste de mis treinta y cinco años de vida hacia mi habitación, preguntándome el por qué de mi amarga existencia.

Al cabo de 20 minutos, multitud de muelles crujían en la casa de al lado.


2 comentarios:

José R. González dijo...

Buenísima historia Kamawookie :) seguiré pasándome por aquí. Un saludo

Bea Candiani dijo...

Amarga existencia!!ja