jueves, 15 de noviembre de 2012

Freud, la sopa y la Huelga General.

Ha sido duro. Para qué negarlo. Secundar la Huelga General y no pisar el bar hasta las 00:00 horas del día de hoy se nos ha hecho interminable, ble, ble. Pero ha merecido la pena. Bajo un punto de vista estrictamente personal, claro. 

Unos dicen que ha sido un éxito. Otros, un fracaso. Unos, a favor (los que nos manifestamos). Otros, en contra. (Éstos, se manifiestan ahora). Total, que nadie se pone de acuerdo. 

Hemos escuchado de todo. Opiniones a favor y opiniones en contra, por supuesto. Nosotros, ya decidimos y explicamos en su día por qué la hacíamos. Lo que no contamos fue de donde nos viene tal afición sindical. 

La culpa es de la comida. Sí, sí, como lo oyen. Bajo un punto de vista estrictamente freudiano, reivindicar derechos, al igual que algunas manías sexuales, tienen su origen en nuestra más tierna infancia. 

La abolición de la sopa, de los garbanzos, las judías pintas o incluso las lentejas, por no hablar de un amplio surtido de verduras, ha sido, para muchos de nosotros, la primera de nuestras luchas contra el poder establecido. Tú te negabas a degustar tales manjares y, por norma general, tu madre, lo solucionaba por la vía rápida cual delegado de gobierno: collejón y repetición del menú: desayuno, comida y cena. (A veces, también en la merienda). 

Aquella impotencia infantil nos caló tan hondo que repetimos patrón de comportamiento durante la adolescencia. En vez de estudiar, que es lo suyo, nos dedicamos a aprender a jugar al mus, intentar ligar y decirle a mamá que queríamos ser artistas, como en la canción. Por supuesto, el poder establecido (ahora ambos progenitores), visto nuestro nefasto rendimiento académico, también optaba por la vía rápida: suspensión de paga extra, collejones, etc, etc. 

Una vez que se nos pasó el cacao mental y decidimos seguir e incluso terminar nuestra formación intelectual, debido a ella, nos hemos creído ciertos derechos laborales que no se han correspondido en la práctica con la realidad. Y en vez de callarnos, como prudentemente, han hecho algunos, ha salido el niño que llevamos dentro. Por ello, hemos decidido prescindir de un día de sueldo, no solidarizarnos con nuestros jefes y salir a la calle a protestar. Por supuesto, sabemos que el Gobierno hará oídos sordos,bla,bla,bla... o tal vez no. Pero la sopa o las verduras, no nos las vamos a comer porque nos lo digan otros. Ya tenemos una edad.

Lo sentimos, mamá Merkel.


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